Visita de Benedicto XVI: el negocio vaticano para captar conciencias

La visita del Papa ha puesto, una vez más, de manifiesto el uso que hace el Vaticano de la promoción y el marketing para acercarse a los fieles. El dinero prima sobre todo lo demás y la ideología sigue sin evolucionar.

No tenemos nada en contra del hecho religioso, es decir, de cualquier relación trascendente del ser humano con poderes “sobrenaturales” o naturales, puesto que es un hecho social respetable que ha producido obras tan importantes e interesantes para la cultura humana como la Biblia, el Corán o las mitologías griegas, egipcias o incas. Ni tampoco tenemos nada en contra de la infinidad de Iglesias que espiritualizan y organizan comunidades humanas desde hace muchos siglos y en algunos casos han contribuido de modo importante a avances humanos y sociales civilizatorios. Dicho esto, tenemos que manifestar también nuestra más profunda repulsa a la utilización de la religión como instrumento político de alienación de las personas en los fanatismos integristas que han servido de base a guerras cruentas y a la justificación de crímenes de toda índole.

Por eso, ante el tumultuoso viaje de Benedicto XVI (representante de la jerarquía eclesiástica vaticana), queremos reflexionar sobre sus significados políticos y económicos en juego. Lo primero que llama la atención de la visita, como de las precedentes, es la dimensión espectacular de la operación de marketing en que la moderna burocracia del Vaticano ha convertido los actos “religiosos” del Papa: 200 confesionarios, un musical, una exposición fotográfica de Juan Pablo II, cerca de 80 stands con representación de familias religiosas, movimientos, asociaciones de fieles... y así hasta superar los 300 actos programados, todos ellos impregnados de un indudable cariz de merchandising.

Ciertamente, los ritos religiosos y la liturgia fueron la base del grandioso teatro griego o, más cerca de nosotros, del origen del teatro moderno en las postrimerías de la Edad Media. Pero llamaría la atención que una religión nacida en los pedregales del Sinaí y criada en las catacumbas romanas, pudiera ahora encabezar las listas del hit-parade más refrescante, juvenil y luminoso. Atrás quedaron las barbas canas de eremitas y contrarreformistas, nada quiere saberse ya de espectáculos calderonianos: a este paso, la insigne Biblioteca de Autores Cristianos debe pensar más en los próximos grammys que en rescatar párrafos perdidos de la “summa teologica”. ¡Se acabaron las tonsuras, los índices de venta apuestan por los flequillos y los pelos pinchos teñidos de tecnicolor!

No puede extrañarnos que los estrategas vaticanistas hayan decidido utilizar sus evidentes dotes de liderazgo para empaquetar sus planteamientos religiosos en el marketing-mix de las más brillantes multinacionales del consumo de masas sin ningún escrúpulo.

Los actos de Madrid van a presentar, en un Estado laico y aconfesional, a un anciano Papa con los fastos propios de las estrellas mundiales del pop-rock, convirtiendo los actos religiosos en espectáculo de masas en el sentido más trivial, escondiendo un efímero consumo religioso.

Pero aún podemos ir más allá, puesto que esta última visita del Papa ha puesto de manifiesto la preponderancia del aspecto económico sobre el religioso, centrando el debate “religioso” en los ingresos y/o las pérdidas que la visita papal va a generar y dejando de lado la misericordia, la oración y todos los demás aspectos de la fe y de una ideología religiosa determinada como es el catolicismo. Las creencias, la teología han dejado paso a un nuevo “dios”: el dinero, en torno al cual todo lo demás ha perdido fuerza y empuje, y hasta el humo vaticano rinde pleitesía.

El Dogma Católico no cambia. Su ADN permanece latente en las vetas fósiles de textos de hace 2.000 años, una época en la que también permanece anclada su interpretación, lejos de modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Solo cambia el envoltorio y el papel de regalo. Las formas del espectáculo son distintas, pero las ganas de hacer dinero son las mismas. Y la ideología del Vaticano también permanece inalterada, aparentemente inalterable. En pleno siglo XXI resulta, cuanto menos sorprendente (por no decir, fuera de lugar y escandaloso), escuchar declaraciones como las del arzobispo de Granada, asegurando que “si una mujer aborta, el varón puede abusar de ella”. Y éste es solo un ejemplo de muchos que podríamos encontrar al respecto.

Alguien, a estas alturas del artículo, podría pensar que estamos aprovechando para actuar de martillo de conciencias cristianas. No se equivoquen. Pregúntense más bien sobre quiénes y por qué motivos están convirtiendo la religión –se considere ésta como patrimonio cultural o como vivencia personal- en una mercancía. El Papa y lo que éste representa no son ya motivo de inspiración para muchos cristianos de base, que no están de acuerdo ni con las formas ni con el fondo y reivindican una actualización de la religión. “Otro consumo religioso es posible”.

El marketing, tecnología de ventas que puede ser información y atención al cliente y sus necesidades como centro, rara vez es símbolo de la transparencia. Por eso, este marketing tecno-religioso en torno al Papa no puede equivocar a los “consumidores” avispados. Se puede consumir religión (¡toda la que uno quiera o necesite!) pero consumir compulsivamente bajo el impacto subliminal del marketing más hollywoodiense, sólo puede llevar a un consumismo manipulable de las peores consecuencias.

Detrás del “inocente” espectáculo de la estrella mediática del Papa, ¿dónde está la crítica, la alternativa práctica y moralmente superior de esta Iglesia frente a la actual deriva del mundo?