De aprobarse, el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión, conocido por sus siglas en inglés TTIP, puede afectar crucialmente a los consumidores europeos y estadounidenses, desde los aspectos más cotidianos, como la alimentación, a los grandes temas financieros. A pesar de su relevancia, el TTIP se negocia entre bambalinas.
Desde que en 1951 se conformara la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, la integración de los mercados internacionales no ha dejado de progresar. Tras consolidarse en Europa, donde ha adquirido además carácter de unión política, fueron los países americanos los sellaron varios acuerdos de este tipo. Ahora llega el siguiente paso, el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP). Se trata de un tratado que busca crear un mercado único transatlántico entre la UE y EE.UU, para lo que se requiere dar vía libre al comercio eliminando aranceles y obstáculos normativos. Y aquí es donde hay mucho en juego para los consumidores: la firma de este acuerdo podría suponer la venta en Europa de productos y técnicas de elaboración no permitidas a este lado del Atlántico, y viceversa.
Algunos ejemplos prácticos
Si bien los términos del acuerdo son casi secretos, ya que se negocian de forma opaca y la información sale a la luz con cuentagotas, hay algunos ejemplos que han trascendido y pueden servir para hacerse a la idea de qué supondría la aprobación del TTIP. En el capítulo alimentario, podría permitir la comercialización de alimentos elaborados en EE.UU. según procedimientos prohibidos en Europa. Esto significa dar entrada a cereales transgénicos, vegetales tratados con potentes pesticidas, pollos desinfectados con clorina o carnes de animales a las que se les han suministrado hormonas de crecimiento.
Esta rebaja en los estándares de calidad podría darse también en otros sectores, como el industrial o farmacéutico. En Estados Unidos, ahora la legislación sobre medicamentos es muy estricta, y podría verse rebajada. En el campo sanitario, otro posible efecto directo en el lado europeo sería el encarecimiento de la medicina en general, ya que las técnicas médicas quedarían sujetas a patente, lo que hace que determinados tratamientos sean más caros, y se alargarían también las patentes de los medicamentos, cortando en buena medida la expansión de los genéricos.
En el ámbito financiero, quienes podrían salir perdiendo serían los estadounidenses, ya que tras el hundimiento de Lemann Brothers, en Estados Unidos se han aprobado leyes mucho más restrictivas con la banca.
El interés de las grandes empresas
La grandes corporaciones internacionales han mostrado su interés en que el TTIP se apruebe cuanto antes. Además de las ventajas que les daría poder vender sus productos y servicios con menos restricciones, el tratado les daría también una herramienta muy útil contra los Estados. Se trata de un sistema de arbitraje entre multinacionales y Estados, al margen de la justicia ordinaria, en el que se dirimirían los conflictos que puedan surgir entre ambas partes. Según se desprende de lo publicado hasta ahora, este arbitraje permitiría a las empresas reclamar indemnizaciones a los Estados si estos aprueban una normativa que ponga en peligro los beneficios previstos. Ecuador, que tiene firmado un tratado bilateral con EE.UU., ha tenido que desembolsar cantidades millonarias a grandes multinacionales, que se han servido de un sistema de arbitraje similar al que plantea el TTIP.
Opacidad y secretismo
Uno de los puntos más graves del TTIP es que se está negociando de forma totalmente opaca a la ciudadanía. Apenas son un puñado los funcionarios encargados de negociar punto por punto en acuerdo, y en la Unión Europea, solo algunos eurodiputados han podido acceder a la documentación que se maneja. Un acuerdo de estas características, que podría suponer una importante cesión de soberanía en material de consumo y una rebaja en los estándares de calidad de los productos y servicios, debería redactarse con total transparencia, convocando no solo a los lobbies empresariales, sino a las asociaciones de consumidores.
La sociedad civil europea, e incluso algunos sectores de EE.UU., ya están empezando a movilizarse, y aunque en España es un debate que ha quedado relegado frente a las cuestiones domésticas, es hora de que salte al primer plano.